La poliomielitis es una enfermedad muy contagiosa causada por un virus (poliovirus) que invade el sistema nervioso y puede causar parálisis en cuestión de horas. El virus entra en el organismo por la boca y afecta el sistema nervioso central. Los síntomas iniciales son fiebre, cansancio, cefalea, vómitos, rigidez del cuello y dolores en los miembros. Una de cada 200 infecciones produce una parálisis irreversible, ya sea en miembros inferiores, superiores o ambos, y un 5% a 10% de estos casos fallecen por parálisis de los músculos respiratorios. La poliomielitis afecta sobre todo a los menores de 5 años, de ahí que también se le llame parálisis infantil. A las deformidades ocasionados por esta enfermedad se le conoce como secuelas.
Con el paso de los años, las secuelas que deja la polio tanto las visibles (atrofias) como las no visibles (neurológicas) pueden producir nuevos trastornos en la salud. A estos trastornos se les denominan Efectos Tardíos de la Polio.
El Síndrome Postpoliomielitis (SPP) es un trastorno neurológico que produce un conjunto de síntomas en personas que hace muchos años (al menos 15) padecieron la polio. Dichos síntomas son: fatiga, dolor muscular y articular, aumento de debilidad muscular, intolerancia al frío y atrofia muscular, nuevas dificultades en la realización de actividades de la vida diaria, particularmente tareas relacionadas con la movilidad. En algunos casos disfunción respiratoria, alteraciones del sueño, trastorno en la deglución (disfagia), dificultades en el habla (disartria). A todo ello, podríamos añadir el aspecto psicológico, en el que se presentan síntomas de depresión, de ansiedad, e incluso de estrés crónico.